13 de noviembre de 2001
El viernes me cogí el tren hacia Glasgow. La lista de GranPatranha se mató a madrugar para llevar la mochila preparada al curro. Y es que compré los billetes un poco justitos de tiempo en relación a mi última clase, ya ves.... sí, pues... no, la boba de Granpatranha se coge la mochila, se viste de cuerpo de asalto montañés para el viaje a Glasgow – en donde nevaba y hacía un frío de la muerte mortal, más que en estos lares deduje – y da clase con la pinta de guerrillera sacada de contexto, y al final, tras apurar la última hora de mala manera, me doy cuenta de que NO, que tras la clase aún me quedaban dos horas de intermedio aburridísimo para tocarme las narices... en traje de guerrillera...
Lo dicho, me cojo el tren, la mochila llena del quit de supervivencia-mujer-de-las-nieves, léase, nada femenino (que lo femenino no abriga), nada innecesario (el saco de dormir que abultaba que no veas, por ejemplo), y nada útil, porque una vez en el lugar hice vida de ciudad y de juerga, vamos, que no iba a ir a la discoteca con el jersey de policía porque seguro que me metía en algún lío, así que me pasé los cuatro días con la ropa de mi amiga Pattygarrett...
Vale, retorno al hilo o a la madeja de los acontecimientos. Llegué a Glasgow sin problema, aunque en el tren hacía un frío que pelaba, y luego me pillé el tren rápido copete a Gourock, el pueblo donde vive Pattigarrett, bueno, a Fort Matilda, que es la parada que le pilla más cerca. Y sí, allí estaban ella y su colega alemán esperándome. Encima el alemán me llevó la mochila para que así pudiésemos cotorrear por el camino más cómodamente (digamos que la mochila impide una expulsión adecuada del cotilleo de turno).
Pattigarrett no está muy contenta, bueno, ahora lo está más, por sus colegas de piso, que, todo sea dicho, son más raras que un pingüino en el desierto. La una, a la que conocí primero, es una especie de alubia de soja transgénica, con el mismo colorcillo blanquecino mortuorio, sí, algo así como Drácula (cifro aquí las escenas de la peli de Coppola en las que el susodicho se frota las manos tipo Mister Barnes, lease, el dueño de la central nuclear en Los Simpson) cuando le servía la cena a Jonathan Parker (ehm, era este el apellido?). La chica, medio albina, tiene una forma de mirarte por encima del hombro que no mola en absoluto. Además, habla despacio, muy despacio, como si te estuviese analizando la gramática de cada frase y encima diciéndote: “écoutez, répetez”. Aparte de eso, todas las noches toma sopa de lechuga, y es que sí, así es su carácter, se ha quedado un poco alechugada. Sigo, esta mujer necesita un hombre, así que, si conoces a alguien libre que ande por escocia.... el resto no lo cuento que no viene a cuento – válgame la redundancia – porque es su vida y no la mía, y en este diario ya sería de demasiado mal gusto regodearme en detalles ajenos. Y... a estas alturas debería aclarar que no, que ella no me ha hecho nada malo, pero es que me está entrando esa vena maliciosa y cruel en la que mis descripciones se asemejan más a cuadros desfigurantes de la personalidad que a simples retratos. Si es que si me muerdo la lengua me enveneno!
La otra chiquita, es, cómo decirlo, como un pastel de fresa recubierto de nata con sirope de chocolate, caramelo y virutas de turrón. Es tan dulce que se te atraviesa. Además, es esa dulzura con acento francés, con ese deje que no sabes si es intencionado o no, con el que hace cada palabra como más larga, como más gangosa y cantarina. En fin. Y encima, tiene unos ojitos muy peculiares, con pestañas verticales y largas, eso sí, muy largas, pero hacia abajo, y uno de ellos hace chiribitas, lo prometo, aunque Pattygarrett diga que no, yo la he visto bizquearme. Esta chiquita, para colmo del acaramelamiento, se ha sacado un novio escocés por el que bebe los vientos, así que, oye, no está mal, así no le da la vara a mi colega.
Errr, ah, el chico alemán. Lo dicho, lo reitero (y creo que ya todo el pueblo conocerá tal afirmación, porque las dos francesas se dedican a vivir vidas ajenas y airear todo lo que uno diga, sea broma o cierto, a su manera, dándole ciertos tintes de cotilleo hasta al detalle más nimio), es una joya, y me alegro, porque si no Pattygarrett se me muere de la pena en Gourock. Leche, y es que es verdad. Yo lo pasé de maravilla, pero supongo que tirarse allí varios meses, sin cambios, sin ninguna actividad, sin gente distinta, todo en silencio y tranquilidad, con el mismo paisaje todos los días, debe de ser un poco agobiante, sobre todo si se está acostumbrado al barullo de la ciudad. El lugar es una gozada. Es como vivir en un pueblecito de la costa de la muerte. Y lo mejor es que tiene toda una vista del pueblo, la ría, y las montañas del otro lado desde la ventana de su habitación, que haría palidecer a cualquiera de envidia. Además, aunque no vi la nieve sobre las montañas, los colores eran magníficos, y las tonalidades cambiaban según la densidad de las nubes que pasan sobre ellas. Una preciosidad.
Aparte de vaguear de mala manera, nos dedicamos a cotorrear, comer chocolate y visitar sitios lindos. Así que, fuimos a Loch Lommond, uno de los lagos más conocidos de Escocia aparte del Lago Ness, que ya visitaré en otro momento. Nos dimos un paseillo por entre las hojas caídas de los árboles, intentando seguir por la orilla del lago topamos con un terreno vallado y nos perdimos pero luego regresamos por buen camino...
También hicimos vida social, y fuimos a la discoteca. Un timo, carísima, pero bailé como hacía tiempo que no bailaba. Además, habíamos estado antes en casa de unos amigos de Pattygarrett (ojo, la chica, Emma, estuvo estudiando en Ourense, ni más ni menos, Ourense es universal, digo, Ouniversalmente conocido) muy majetes que nos cebaron a vino y cerveza de marca (imposible decir que no), así que llevábamos un contentillo considerable. Y por cierto, el alemán ligó, pero el pobre tenía una cara de susto que supongo que no sería una experiencia agradable (todo el mundo le está buscando novia, fiebre que agradezco que no sufran mis amigas aquí, porque eso de estar soltero o soltera en ciertos entornos parece una maldición, todos te compadecen).
Claro que como algo me tenía que suceder, pues me sucedió el típico accidente escocés. Estábamos en un bar tomándonos algo (y digo algo porque yo era la única bebiendo una pinta de cerveza, a las cuatro de la tarde, mientras los demás bebían coca cola, así que para omitir el tufillo a colgada de la bebida me refiero a eso como “algo”) y yo tenía el teléfono sobre la mesa, porque estábamos esperando una llamada. Pues toma, volqué toda la pinta sobre el móvil y se me empapó enterito. Ya me ves corriendo al baño a secarlo con el secamanos. Y aquí creo yo que fue peor el remedio que la enfermedad, porque en ese preciso instante, tras unos minutos de chorro calorífico directo, mi móvil feneció.
Nada, y de vuelta a casa, lo de siempre, ruido, basura y demás patranhas, pero por lo menos ahora nadie me dará la lata llamándome al móvil.
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