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Wednesday, August 08, 2007 

El Diario de Miss Gonzalez XXIX

DE CÓMO SALIR CON OUTAC Y NO MORIR EN EL INTENTO


Ya me dijeron mis alumnos... no lo hagas, por favor, no lo hagas. Pero sí, aquí una servidora tenía que ir de trekking con los de Outac. Por 35 libras viaje a las Highlands en furgoneta, alojamiento, comida y excursión, qué mas se puede desear...

...

no haber ido...

Kleine Hexhe y yo nos subimos a la furgoneta y aguantamos estoicamente el viaje de ocho horas – porque uno de los chavales que iba, militar, salió tarde del cuartel, una hora o así – y llegamos ilusionadas a la montaña. Pero ahora, mirando la cantidad de moratones que tenemos por el cuerpo y la experiencia pasada...

Lo primero que sucedió, obviamente, estamos en Inglaterra, es que en la furgoneta sacaron el pack de 24 latas de cerveza grandotas y a beber todos (menos el conductor, creo). La verdad es que eso es normal entre la gente del país, así que no nos pareció nada del otro mundo. Los adelantamientos, aparte de un poco kamikazes, tampoco nos asustaron. Una vez llegados a Escocia, ya de noche, porque habíamos salido a las 3 de la tarde, lo primero que hicimos, por supuesto, fue ir al pub. El sitio era una cabaña de montaña, muy acogedor, también era hotel, y había música en directo. Estaba hasta los topes, lleno de montañistas, a cada cual con la pinta más profesional (o más ridícula) que te podías echar a la cara. El detalle gracioso fue que nada más entrar nos encontramos con una panda de escoceses en kilt, intentando ligarse a las excursionistas americanas cuarentonas que ya estaban un poco contentillas gracias a la cerveza del lugar.

Unas pocas horas después llegamos al barracón, por fin. Era una casa de color blanco, típica, en un vallecito, cerca del youth hostel. Las literas eran de una verticalidad premonitoria, para matarse. Tenían unas escalerillas hechas con tacos de madera y para subir te tenías que agarrar a unas columnas que eran como troncos de árboles, tan anchas que parecíamos monos – bueno, por lo menos yo, agarrándome a lo ancho del tronco intentando pasar de la escalerilla al segundo piso, en el que íbamos a dormir. La cama muy cómoda, el sitio con calefacción suficiente, la ducha... beh, se puede prescindir en esos casos...

Lo grotesco fue la excursión. Los chicos del grupo se fueron por su cuenta, con todo el equipamiento para la nieve, a escalar un pico más alto, nosotros seguimos hasta un grupo de tres montañas unos pocos minutos más lejos, que serían la ruta fácil. El paisaje de Glencoe es impresionante. Sólo había nieve en el pico de las montañas más altas, pero las demás montañas tenían unos colores increíbles. Variaban según la luz que recibiesen, del amarillo dorado, al marrón oscuro o al rojo cobre. La coloración se debía a la hierba que crece por el lugar, que es como el pelo que cubre a las ovejas, las vacas y los bípedos escoceses. Era una alfombra de briznas largas amarillentas que hacían el suelo agradable. Parecía un colchón abultado pero mullidito que cubría las rocas haciéndolas más acogedoras. Además, había muchos riachuelos que serpenteaban desde la cumbre, desembocando en una especie de “río”, chámalle equis, porque más que río era regato, pero a lo salvaje.

Nosotras nos unimos, almas cándidas, primerizas, al grupo de Duncan, que iba a subir a la montaña facilita, pero vamos, algo tirado, que no iba a ser escalada en serio... la ascensión fue bastante fácil, aparte de ciertos tramos en los que casi era mejor no mirar al suelo. El único problema fue el tiempo. Llovía a cántaros, y hacía viento, y mis pantalones no eran tan impermeables como lo que decían en la etiqueta. El chubasquero que me dejaron iba resistiendo, pero con el agua y el vaho yo no veía nada porque tenía las gafas empañadas, así que al final fui cabeza descubierta. La verdad es que daba igual que llevásemos ropa impermeable en cierto modo, porque sudamos como gorrinos y los jerséis se empaparon de todas formas por el sudor.

Tras algunas horas de subida tranquila, me encuentro agarrada a una roca cubierta de hielo pensando... ¿qué carajo hago aquí? ¿qué sólo queda media hora hacia la cumbre? ¿y toda esta nieve de dónde ha salido? ¿y cómo escalo yo por la nieve? Me sentí como el deportista africano que se presentó a las olimpiadas en la prueba de natación y casi se ahoga porque en su vida había nadado en una piscina tan grande. Pues sí, ahí en medio estaba yo, sin haber visto en mi vida más de un palmo de nieve, tal y como en las pelis. El viento pegándome de lado, yo sin ver un carajo, sin más equipamiento que un hacha de nieve... y lo bien que me habrían venido o unas cadenas de coche o un helicóptero de salvamento...

Decidí no subir hasta la cumbre porque la nube en la que ya estábamos era mucho más densa allí arriba. Casi llego, pero habría sido suicida, además ¿para qué carajo quería yo subir a la cumbre de la montaña? ¿qué hacía yo allí arriba, de todas formas? ¿quién me había mandado subir? Lo único que yo quería era caminar tranquilamente un ratito, caray, y al final me encontré con complejo de gato subido a un árbol en lo alto de la montaña más grande que haya subido jamás, sin ver un pijo y con experiencia cero de caminar por la nieve. Kleine Hexhe se quedó conmigo para ayudarme a bajar, gracias a dios, y Diane, otra de las chicas también se dio la vuelta con nosotras porque la cosa empezó a parecerle demasiado peligrosa.

Pero el cuento acaba de empezar. Nos dice Duncan que vayamos bajando y que ya nos veremos en el coche. Empezamos a descender mientras él subía con otras tres de las chicas. Claro, si te dicen que nos vemos en un rato en el coche... será porque era fácil. Pues nada, curso rápido de cómo usar un hacha y visión cero. Al final acabé quitándome las gafas porque veía mejor sin ellas. Entre el granizo y la nieve cubriéndolo todo... sólo veía un borrón blanco con las gafas, y cuando me las quité por lo menos distinguía las piedras de las zonas nevadas. Empezamos a bajar y tras tener que utilizar el trasero, porque soy una inútil en descenso vertical con hacha de nieve (obviamente), de repente resbalamos Kleine Hexhe y yo... en la bajada se me pasaron miles de ideas por la cabeza, la mejor de todas era ¿y qué nos parará si seguimos bajando así?... mejor no pensarlo. Kleine Hexhe consiguió pararse pero yo no, así que le pegué una patada y seguimos resbalando unos metros más abajo por las piedras. A todo esto mi hacha quedó arriba en algún sitio, pero Diane, que también resbaló, la pudo agarrar por el camino. Que apañadas. Ahí nos ves a las tres, recién paradas no sé cómo, agarradas a los cantos del caminillo, sin saber donde poner un pie. Kleine Hexhe consiguió salir más o menos y Diane también, pero yo, ciega como un topo y viendo que las piedras de debajo se movían no podía mover un músculo.

Pasó por allí un señor / chico / humano aleatorio, porque con mis cuatro dioptrías sólo pude ver como una sombra que ascendía la montaña y nos preguntó si estábamos bien. Joer, en una situación como esa te partes el culo. Acabas de caer rodando por la montaña, estás agarrada en postura psicodélica a una superficie de piedras móviles, y te preguntan cómo te va la vida. Pues no, no estaba bien. Así que nos echó una mano, y amablemente – aquí fue cuando me sentí el ser más inútil y petardo del mundo – nos fue excavando agujeros para que pusiésemos los pies durante unos metros de descenso (no como nosotras, él sí que iba equipado con traje de nieve, y esquíes por si las moscas). Kleine Hexhe iba diciéndome donde tenía que poner los pies (como en el juego de los barquitos... A3, agua), y yo no podía levantar el culo de la nieve porque no tenía suficiente fuerza como para apoyarme en el hacha. En fin, que mi buena colega se portó como dios manda y el tipo se tiró el rollo, como tiene que ser.

Al rato llegaron los que habían subido a la cumbre y Duncan me agarró del brazo y me ayudó a caminar por la nieve. Bueno, caminar, descender por la pendiente sin caer otra vez y parar en una piedra gigantesca o en el siguiente precipicio. La gota que colmó el vaso fue cuando me empezó a entrar agua por encima de las botas, porque se me habían empapado los calcetines al resbalar por la nieve y luego encima perdí el equilibrio al cruzar un riachuelo y fui a caer en la zona más profunda con la pata derecha. A paseo el goretex.


Llegamos hechas un cristo, claro, después de la experiencia. Y yo llegué con el culo y el orgullo magullados. Bueno, no tanto, porque la verdad es que subí la montaña muy bien y mi problema fue el hecho de que en mi puñetera vida había visto tanta nieve junta – y oye, que en el ascenso no había visto que estaba todo nevado, me di cuenta después, resbalando cuesta abajo... ¿quién coño ha puesto toda esta nieve aquí? – y por supuesto ni sabía usar el hacha, ni sabía caminar. Lo de las gafas ya fue el toque artístico made in GranPatranha, para acabar de jorobarlo todo.

Lo que no nos gustó un pelo fue el hecho de que nos dejasen hacer el descenso solas, ya que era nuestro primer viaje con ellos y ya les dijimos que no estábamos muy entrenadas en el asunto. En mi caso, entrenamiento cero. Menos mal que no me puse a llorar y decir “quiero a mi mamá”, porque ya era lo que me faltaba. Más bien me iba partiendo de risa, por dentro, porque era una de las situaciones más surrealistas en las que me he visto nunca.

En fin. Llegamos al búnquer y, tras una cena deliciosa, se fueron al pub todos. Nosotras nos quedamos porque estábamos muy cansadas y encima teníamos las botas empapadas. Cuando regresaron nosotras ya estábamos en cama desde hacía unas horas. Según parece, tuvieron la genial idea de regresar en la furgoneta, y eso que el pub estaba sólo a una milla, y la policía les paró. El conductor iba borracho – inglés, por supuesto – y se lo llevaron a comisaría. Le soltaron a las pocas horas y nosotras no le preguntamos nada porque ya era el colmo de la subnormalidad. Es increíble que hasta los de la asociación de montañeros se peguen un viaje de ocho horas y la escalada para luego poder cocerse a alcohol. En fin. Lo dicho, que yo acabo siendo de la Liga Cristiana contra el Pecado Universal a este paso.

El regreso fueron otras ocho horas de furgoneta. Nada más salir nos pararon en la carretera una pandilla de asaltantes de pega, con los trajes propios (falda o pantalón, al estilo del lugar) y con trabucos, la escenificación fue muy amable por su parte, aunque no pudimos sacar fotos porque teníamos que irnos, qué caray, y queríamos pasar. Paramos en un pueblo en donde según parece estuvo Rob Roy, a unos minutos del bosque en donde el clan de los MacDonalds asesinó al clan de los no se qué o viceversa. Allí comimos en un pub comida inglesa – perdón, escocesa – de verdad: ploughman´s meal, que era una mezcla de ensalada con pan, con salsas variadas, patatas y un trozo de jamón cocido a la sidra... y me quedé sin probar el pudín de manzana y canela.

Que triste de todas formas que no sepa ni el nombre de la montaña a la que subimos. Menos mal que salgo en la mayoría de las fotos (Duncan se acababa de comprar una cámara digital y estuvo dando rienda suelta a su gen japonés) y las pondrán en la página web, de forma que material digital no falta, porque, obviamente, no se me ocurrió sacar la cámara allí arriba... tenía otras cosas de las que preocuparme.

El grupo que hizo el paseo fácil también acabó escalando y haciendo el jíbaro, y acabamos con dos víctimas. Un par de móviles que tragaron agua, el de Duncan y el de Marie, en la cumbre de la montaña. Les hicimos un funeral apropiado, claro. Visto el final de la aventura, he tenido nieve de sobra, para rato más bien. No sé si repetiría una excursión con el grupo de bárbaros éste, sobre todo la de dentro de dos semanas, que es al Ben Nevis, el pico más alto de Inglaterra. Tal vez me apetecería ir a los Lagos con ellos, pero visto su concepto de “facilidad” Kleine Hexhe y yo pensamos que es más fácil y seguro ir solas de paseíto y hacer cosas dentro de nuestras posibilidades. Lo de la policía y las horitas en chirona se lo merecían, aunque sólo arrestaron al conductor, a pesar de ser buena gente, porque realmente pecan de irresponsables. Pero bueno, aquí estoy, escribiendo mi diario, tras haberme pegado un bañito de agua caliente, notando cada uno de los músculos que más sufrieron en la escalada y que no sabía ni que existían... tengo la espalda y los hombros como el cristo de la aurora, y las piernas con unos moratones de lo más fashion... así que tras inmortalizar mi aventura y demostrar con este escrito que sigo viva, creo que me merezco un buen descanso – aunque seguro que alguno o alguna le estuvo rezando al san Pancracio para que yo acabase allí congelada para formar parte de la historia de la humanidad, como el Australopitecus, y que luego me desenterrasen de mi cubito de hielo y me pusiesen en la vitrina de un museo, con unos cuantos quilos de menos pero muchas arruguitas de más.

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