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Wednesday, July 05, 2006 

Lo que se come en esta vida

A veces los seres humanos somos como las urracas a la hora de meternos algo en la boca, y todo lo que brilla, resplandece, o es de un color más o menos fluorescente nos atrae. Una funcion tán básica como la del comer, se ha convertido en un arte en estos tiempos de abundancia. Un plato bien decorado despierta sensaciones desde el más puro asombro a una oleada de deseo... Eso sí, el plato, por favor, que esté también bien cocinado y bien lleno, eh, no me vengan ahora con un cachito de puerro sobre media cucharadita salsa de fresa que se lo devuelvo a la cocina.

Volviendo al tema, la decoración de la comida para despertar tales sensaciones no es una estrategia nueva; la madre naturaleza tiene bien claro como hacer que sus productos sean los mejores de la huerta y atraigan a abejorros y seres humanos por igual.

Dejando de lado a los abejorros y al hombre prehistórico, hoy en día nuestro campo de cultivo es el supermercado, y en las estanterías del mismo se encuentran cosas que aun despiertan esa fascinación. Desde los colores profundos de la lombarda o algunos tipos de brócoli, a la sección de frutas exóticas, que es justo donde el otro día encontramos ésto:

Se llama la fruta del dragón (dragon fruit), y la compramos sólo por ese color rosa fluorescente tan inusual, y por ponerle un poco de gracia a la macedonia que nos íbamos a zampar esa noche. Como la cosa era exótica de más, estuvimos adorándola media hora, dándole vueltas como si fuese un caleidoscopio, y preguntándonos si sería sabio comerse algo tan lindo.

Una vez pasado el bache de la sorpresa y la adoración, y ya con hambre, nos encontramos con el prosaico problema de cómo carámbanos se comía el asunto este - y siendo de la generación que somos, encontramos la respuesta en internet (habrá que agradecérselo al / la creador / a de esta página http://www.toomanychefs.net/).

No sin miedo agarramos un cuchillo y cortamos la hermosa pieza en dos (como se podrá observar en la imagen, por si no se habían dado cuenta), para descubrir un interior casi más exótico que el exterior - y también menos apetecible, pero en esta vida hay que ser valientes, por lo menos con la fruta. Una vez observado el interior, y habiéndolo pinchado con un palito y desde lejos, no fuese a morder, lo sacamos con una cucharita, como el Kiwi, y aunque el amigo Felipe no estaba muy convencido con eso de tener que comerse las pepitas, aquí servidora, con más hambre que nada y mortificada por tener sólo una fruta a la que hincarle el diente, se animó a probarlo.

El sabor es un caso de mucho ruido y pocas nueces, ya que la carne de esta fruta tiene sólo un leve sabor afresado y dulce, pero leve, muy leve, casi inexistente. De consistencia extraña y pulposa, decepciona el no saborear esa paleta de tonos rosados, ya que una se esperaba que por lo menos la cosa supiese a Chanel número cinco con tanto color y tanta decoración. Sin embargo, es refrescante, y le pega al sabor del lichi que nos compramos también. Y por qué no, la recomendamos desde este blog: para sorprender a sus amigos con historias de la china profunda, de dragones de color rosa un poco "drag" y sabores extranjeros - que no todos los días se comen estas cosas - o para resucitar la infancia perdida en la que jugar con la comida era parte esencial del desayuno, la comida y la cena, muy a pesar de nuestros padres, porque las frutas así de divertidas "son pa los niños", como decía Gloria Fuertes.

XMAS3

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