El diario de Miss Gonzalez XI
Creo que fue el lunes cuando comenzó mi dolor de muelas. Mi mare, yo no sabía si eran las muelas del juicio dando la tabarra otra vez o la picadura de una caries pequeñita pequeñita que la doctora de Coruña (y la madre que la pan con queso) no se dignó a empastar, porca miseria... Pues nada, aguantando estoicamente el tirón – que digo yo que no sería muy grave, porque no me quejé demasiado (todo dentro de los límites de mi normalidad) y porque no me desesperé – y con un colocón... me pasé tres días como si hubiese tomado cualquier sustancia alucinógena. Caminaba haciendo eses, notaba la cabeza pesada y como llena de algodón, y lo único de lo que tenía ganas era de sentarme en cualquier sitio, en el medio del pasillo mismo, y quedarme allí un rato... porque toooooodo dabaaaaa vueltaaaaaas......aaas....aaas...as...
Aprovechando la coyuntura y siguiendo la sabia cita de "ante la duda la más tetuda", me dediqué a probar el remedio casero más conocido contra el mareo... CHOCOLATE y buena comida... Eso sí, no me sirvió de nada, pero anda que no me quedé contenta con mi chocolate ni nada. Un chou... al final decidí ir al dentista. Me dieron cita para dentro de quince días, así que me volví frustradísima a casa, qué decepción... ahora cuando llegue o tendré toda la boca podre o no tendré nada y me mandarán a paseo. Así que decidí tomar la justicia por mi mano y cortar de raíz con la infección (sólo me faltaba que se extendiese por toda la boca): buches de agua salada que me recomendó mi madre, limpieza extrema y enjuagues y, de colofón, zumo de limón a saco.... Ay, que dolor, yo creo que me quedaron la boca y los labios esterilizados (además de rojos e insensibles), cómo me quedaron las llaguitas de la boca, que pupa, que tortura... pero al día siguiente ya estaba mejor.
De todas formas, y como eso de las infecciones es como la energía, que no desaparece sino que se transforma, ayer fui al médico normal a buscar antibióticos – típica solución a la española – para lo cual les tuve que montar el numerito del enfermo imaginario. Una pena. Ciertamente es necesario hacerlo, ya me sé la táctica, porque tuve que pasar por una entrevista con dos enfermeras antes de que me dejasen ver al doctor. Muy graciosa la tipa cuando me pregunta ¿y por qué no viniste ayer entonces? Pues mire señora, porque me mandaron para casa, que quiere que le diga ¿y hoy que hiciste? Pues verá usted, trabajar, que para eso me pagan ¿ y por qué fuiste a trabajar si te encuentras tan mal? Y a usted que le parece señora... Aquello parecía la inquisición española... pues yo que se, no fui al médico antes porque pensé que se me pasaría ¿¿¿no??? En fin, al final entro al cuchitril del doctor, le cuento mi vida (que ya la tenía en la pantalla del ordenador, así que no sé ni para qué me pregunta), me mira la boca desde lejos y me receta los pastillotes de turno... seis libras, la madre que lo pan con queso, que caros...
Ya está el petardo del ruso con la música a todo volumen. Lo de mi casa es un show. Ahora resulta que no sólo ejerzo de profe mandona en el trabajo sino que cuando llego tengo que echarles la bronca uno por uno. Al ruso que baje la música, y al inglés que baje la basura, que compre las bolsas para el cubo... realmente, debo de ser la oveja negra del piso. Menos mal que con el ruso petardo me ayuda la rusa, que le ha cogido retranca porque cierto es que no hay quien le soporte. En cuanto a lo de la basura, que pasota es la peña, ni con una nota escrita en inglés, ruso, chino y español el tío la baja... tengo que ir yo y ejercer de madrastra de Blancanieves. Pobre de mi próxima pareja, porque si mi destino es andar arengando a mis allegados...
A veces pienso que el ruso debería quedarse sordo, pero sordo del todo, no como esos sordos que por oír poco ponen la música aún más alta, no, como una tapia, un muro de Berlín o una Muralla China, joder, se lo merece, es un petardo maleducado y encima tiene mal gusto con la música, no si...
En fin. Hoy voy al teatro, a ver si quedan entradas. Lo de Shakespeare por ahora lo voy a dejar para el último día, porque quedan unos asientos cutrísimos, y tampoco ando muy holgada de dinero (ya empezamos con el síndrome Erasmus). Y si no consigo entradas hoy, pues me voy a tomar una cerveza con la alemana, que para eso estamos aquí en la nación del etilismo compulsivo...
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